Pesajim

                                                                                                        Biografías

 

 1. HILEL HAZAKEN  2. SHAMAY   3. RABÍ MEIR “BAAL     HANES”  4. RABI YEHUDA BAR ILAY  5. RABAN GAMLIEL
 6. RABÍ AKIVA BEN IOSEF  7. RABÍ IOSI BEN JALAFTA  8. RABÍ ELIEZER BEN HURKENUS  9. RABÍ JANINA BEN JANANIÁ  10. RABAN SHIMON BEN GAMLIEL
 11. RABÍ IEHUDA BEN BETERA  12. RABÍ ELEAZAR BEN TZADOK  13. RABÍ TZADOK  14. RABÍ SHIMÓN BAR IOJAI  15. RABÍ IOSI HAGUELILI
 16. RABÍ TARFON  17. RABÍ ISHMAEL BEN ELISHA

 

HILEL HAZAKEN

 

Sus padres habían emigrado de Eretz Israel a Babilonia, y allí nació Hilel, que fue, por consiguiente, llamado Hilel Hababli. Por parte de su madre es descendiente del rey David. Se dedicó a estudiar la Ley y su hermano Sevna le mantenía de su negocio. El Talmud nos relata que a los cuarenta años emigró de Babilonia a Eretz Israel y se estableció allí. Estudió con los sabios Shemaya y Avtaliyon, fundadores de las primeras Yeshivot en Eretz Israel. Ellos le transmitieron la Ley Oral y, al final de sus días, Hilel superó en el estudio de la Torá a todos los Sabios de su época. Fue entonces cuando le nombraron presidente del Sanhedrín. Hilel era célebre por su amor hacia todos los hijos de Israel y su deseo de propagar entre ellos la Torá; contrariamente a su colega Shamay, que sólo aceptaba discípulos conocidos por su conducta irreprochable. Hilel opinaba que había que enseñar la Torá a cualquier persona, ya que el estudio transforma y purifica al ser humano.

Se estableció un paralelismo entre Ezra Hasofer y Hilel: fue Ezra Hasofer quien, al venir a Israel, fortaleció la base de la Torá que se estaba olvidando. Del mismo modo Hilel, en un período en el que la Torá se olvidaba de nuevo, vino a Eretz Israel y reanudó su estudio, propagándola por todo Israel.

A pesar de que Hilel era una gran personalidad, humilde y de espíritu muy sencillo, recomendaba al pueblo: “Sed de la categoría de los discípulos de Aharón Hacohen, que amaba la paz y la armonía; si es difícil llegar a ella, perseguidla hasta alcanzarla. Amad a todo ser humano y acercadlo a la Torá”.

Hilel fue dirigente de Israel durante cuarenta años y murió en el año 3768. Sea su memoria bendita para siempre.

 

 

SHAMAY

 

Vivió en la época de Hilel Hazaken. Estudió en las Yeshivot de los Sabios Shemaya y Avtalyón. Shamay era muy estricto y temía siempre del pecado; por lo cual era muy riguroso en la aplicación del Din, del que insistía en que se hiciera de forma estricta. Amaba mucho a su pueblo, por lo cual ponía mucho ardor en interesarse en la solución de los conflictos —ya fueran de orden nacional o religioso— que existían en su tiempo en el país. Fue nombrado cabeza del Tribunal Sanhedrín (Av Bet Din).

Se comportaba con severidad y furia con los pecadores, pero mostraba nobleza y dulzura hacia los rectos. Hilel y Shamay eran amigos sinceros y se amaban como hermanos, pero tenían opiniones diferentes concernientes a la aplicación del Din en muchas Leyes. Shamay era el más estricto. Se formaron por consiguiente dos tendencias: la escuela de Hilel (Bet Hilel) y la escuela de Shamay (Bet Shamay), que siguieron existiendo por mucho tiempo, hasta el período del Sabio Rabi Yohanan Ben Zakay (después de la destrucción del Segundo Templo), cuando la opinión de Bet Hilel fue adoptada por todos los Sabios como Halajá (decisión del Din).

Shamay insistía en que el estudio de la Torá sólo tiene valor si la persona cumple sus deberes con D-s y con los hombres, tal como nos enseña la Ley. Ante la duda, siempre optaba por prohibir. Era severo y riguroso en todo. Hilel, en cambio, era más indulgente. Permitía no decir la verdad y aún mentir si se perseguía un fin armónico. A este respecto, el Talmud nos relata una controversia sobre la forma de cumplir con el deber de alabar a la novia delante del novio, con el fin de elevarla ante sus ojos. Shamay mantenía que hay que alabarla sin mentir y no decir que es hermosa si no lo es. Hilel consideraba elogioso alabar en cualquier caso a la novia, diciendo: “¡Novia hermosa y graciosa!”, lo cual Shamay rechazaba, exclamando: “¿Cómo es posible calificar a una novia ciega o coja de hermosa, cuando la Torá nos ordena ‘Te alejarás de la mentira?”. Hilel respondía: “Cuando la persona hace una mala compra, ¿acaso no es apropiado valorizársela ante sus ojos para que no se apene, si la compra ya está hecha?”.

 

 

 

RABÍ MEIR “BAAL HANES”

 (El hacedor de milagros)

(135-170 e.C.)

 

Rabí Meir fue el más grande de los tanaítas de la cuarta generación, el más importante de los alumnos de Rabí Akiva. Pertenece al grupo de sus cinco últimos alumnos, nuestros maestros del Sur (Rabí Meir, Rabí Yehuda, Rabí Iosi, Rabí Shimón y Rabí Eleazar), que “llenaron todo Israel de Torá” (Breshit Raba 61:3), después de los malos edictos romanos, de la rebelión de Bar Kojva, que prohibieron su estudio y su observancia.

Rabí Meir estudió también con Rabí Ishmael. Uno de sus maestros fue Elisha ben Abuya, conocido bajo el nombre “Ajer” (el otro). Después de que hubiera abandonado el camino de la Torá, Rabí Meir siguió escuchando sus enseñanzas, diciendo: “Una granada comió, la cáscara tiró y su contenido ingirió”.

Por cuestiones de seguridad fue Rabí Iehuda ben Baba quien lo ordenó como rabino, junto a los otros cuatro estudiosos.

Durante la época de la persecución de los romanos, al prohibirse la intercalación del año, lo enviaron a Asia a realizarla (Meguilá 18:2).

Después de la nefasta época romana, al regresar la tranquilidad al país, se formó un consejo bajo la presidencia de Raban Shimon ben Gamliel. Rabí Natan era el presidente del Sanhedrín y Rabí Meir fue nombrado jajam (sabio) (Horaiot 13:2). Por una discusión que surgió entre Rabí Natan, Rabí Meir y el presidente, tuvo el segundo que abandonar su lugar y emigrar a Asia, pasando allí sus últimos días.

Rabí Meir tuvo un papel importante en la recopilación de la Mishná según la tradición “Stam Mishná Rabí Meir” (una Mishná sin el nombre de quien emitió los conceptos). Sabido es que pertenece a Rabí Meir (Sanhedrín 86:1).

Se dice que Rabí Meir se destacó por su sagacidad e inteligencia privilegiada. “Todo el que ve a Rabí Meir en la casa de estudios es como si sacase las montañas de su lugar y moliese una con otra” (Sanhedrín 24:1).

Fue admirado por sus congéneres y por las generaciones que le siguieron. Rabí Iosi ben Jalafta, su compañero, lo presentó ante la gente de Tzipori, diciendo: “Un gran hombre, un hombre santo, un hombre modesto” (Ierushalaim Moed Katan, 3:5). Resh-Lakish llamó a Rabí Meir “la boca santa” (Sanhedrín 23:1).

En la última generación fue colocado en la misma línea que Ezra, el escriba, Hilel y Raban Iojanan ben Zakai (Vaikra Raba 2:11).

A pesar de su grandeza, no ameritó que fuese fijada la Ley según su opinión. Sobre eso se expresa Rabí Aja bar Janina: “Sabido es ante quién dijo: ‘el mundo fue creado tal que no hay en la generación de Rabí Meir un sabio de su nivel’. Y, ¿por qué no fijaron la Ley como él? Porque sus compañeros no podían precisar sus ideas, ya que de algo puro probaba que era impuro por medio de ciento cincuenta argumentos” (Eruvin 13:2).

Rabí Meir se destacó también en la Hagadá. Era un gran orador y querido por todas las capas sociales. Su discurso lo dividía en tres partes: Halajá (Ley), Hagadá (Leyenda) y fábulas, dijeron los sabios. Al morir Rabí Meir desaparecieron los fabulistas (fin de Sota).

Rabí Meir era un escriba. Escribía rollos de Torá y meguilot. Se destacó en su trabajo, especializándose en la caligrafía, para lo cual él mismo preparaba la tinta. Conocía las sagradas escrituras de memoria y, una vez, a falta de texto, escribió el rollo de Esther de memoria (Meguilá 18:2).

Sobre su origen y su familia no tenemos conocimientos, contrariamente a sus otros compañeros, alumnos de Rabí Akiva, que fueron siempre mencionados por el nombre de su padre. Rabí Meir no fue llamado nunca por el nombre de su padre y nuestras fuentes no lo mencionan.

Según una opinión, su nombre era Rabí Nehoray y su sobrenombre era Meir, porque alumbraba (Meir) los ojos de los sabios con sus explicaciones.

Su mujer se llamaba Beruriá. Era hija del Tana Rabí Janina ben Teradión y famosa por sus conocimientos de Torá, su sabiduría y buenas acciones. Tuvo dos hijos que murieron a temprana edad, como nos relatan nuestros sabios.

Rabí Meir estaba en el Bet Hamidrash (casa de estudios) un sábado, a la hora de la oración de la tarde. Fue entonces cuando murieron sus dos hijos. Beruriá, su madre, los acostó en la cama y los tapó con una cobija.

Al terminar el sábado, Rabí Meir regresó de la casa de estudios y le preguntó a su mujer: “¿Dónde están los dos niños?”. Ella contestó: “Fueron al Bet Hamidrash”. Él replicó: “Los estuve esperando en el Bet Hamidrash, pero no los he visto”.

Ella le ofreció comida a su esposo. Rabí Meir volvió a preguntar: “¿Dónde están los dos niños?”, y ella contestó: “A veces van a tal lugar, pero pronto regresarán”.

Beruriá le ofreció comida a su esposo. Una vez dicha la bendición de después de la comida, ella le dijo: “Rabí, tengo que hacerte una pregunta”.

—Habla.

—Rabí, hace mucho tiempo vino un hombre y me confió un depósito. Ahora ha vuelto. ¿Tenemos que devolverle su depósito o no?

—Hija mía, el que recibe un depósito está obligado a devolvérselo a su dueño.

—Yo no lo habría devuelto sin habértelo dicho antes.

Entonces tomó a su esposo por la mano, lo hizo subir a la recámara, se acercó a la cama y quitó la cobija que estaba extendida sobre sus dos hijos. Al verlos, Rabí Meir comenzó a llorar y a lamentarse. Beruriá le dijo: “Dios nos los había confiado por cierto tiempo; ahora su dueño los ha vuelto a pedir, ¡qué su nombre sea bendecido!”. En esta forma, su mujer consoló a Rabí Meir (Midrash Mishle 28).

Rabí Meir colocó el estudio de la Torá en el más alto nivel, porque ella educa a la persona, afina su espíritu y da forma a su comportamiento. Y así se expresa en el Pirke Avot (cap. 6:2).

Rabí Meir dice: “Todo aquel que se ocupa de la Torá por la Torá misma se hace merecedor de muchas cosas, y no sólo ello, sino que el universo entero justifica su existencia por él. Es llamado amigo, amado, que ama al Omnipresente, ama a las criaturas; es revestido de humildad y reverencia. Se prepara para ser justo, piadoso, recto y fiel, se aleja del pecado y se acerca al mérito; es posible recibir de él, consejo, criterio, intuición y fortaleza, pues fue dicho: ‘Mío es el consejo y el criterio, intuición soy, mía es la fortaleza’ (Mishle 8:14). Le es otorgado el reinado, el dominio y el escrutinio de la Torá, le son revelados secretos de la Torá, se hace como un manantial que fluye sin cesar y como río, que no aminora su curso; tiene recato y paciencia, perdona las ofensas y se engrandece y eleva por sobre todas sus hechuras”.

Como ocuparse de la Torá es lo más importante, Rabí Meir nos apremia a estudiar y nos previene de no desatender el estudio: “Sé parco en ocupaciones mundanas y dedícate a la Torá; sé humilde ante todas las personas. Si desatiendes la Torá, tendrás muchos obstáculos opuestos a ti; pero si te ocupas de la Torá, hay una gran recompensa que te será otorgada”. (Pirkei Avot 4:10).

Rabí Dostay, en nombre de Rabí Meir, dice: “A todo aquel que olvida una palabra de lo que aprendió, la escritura le considera como si hubiera perdido su alma”. (Pirke Avot 3:8).

La persona no sólo debe estudiar, sino también enseñar a otro, y del que estudia Torá y no la enseña se considera “que desprecia el verbo de HaShem” (Sanhedrín 99:1).

Cuán odiada es la ignorancia, porque si no hay Torá, no hay educación y respeto, y los ignorantes actúan groseramente, sin pena ni vergüenza. Por eso, todo el que casa a su hija con un ignorante es como si la atase y la colocase frente a un león (Pesajim 49:2).

Junto a su gran amor por el estudio de la Torá, Rabí Meir nos aconseja no dejar el trabajo a un lado, y así enseña en el Tratado de Kidushin 82:a. Dice: “debemos enseñar a nuestro hijo un oficio digno, y luego rogar a Aquel que posee la riqueza, pues todos los oficios pueden conseguir que el obrero siga siendo pobre, o bien que se enriquezca; ni la pobreza ni la riqueza dependen del oficio, todo depende del mérito del obrero”. Sin embargo, agrega: “Rabí Nehoray dice: ‘dejo de lado todos los oficios del mundo, y sólo enseño a mis hijos la Torá, ciencia cuyos frutos se comen en este mundo, pero cuyo capital queda íntegro para el mundo futuro”.

Todas las cualidades que proyectó Rabí Meir en la persona que se ocupa de la Torá por la Torá misma cristalizaron en él. Era amigo, amado, amó al Omnipresente y amó a las criaturas. Su gran amor por las personas sale a relucir en la siguiente fuente talmúdica:

“Rabí Meir acostumbraba dar una clase todos los viernes por la noche en la sinagoga de Jamta. Una mujer solía participar, viernes tras viernes, para escuchar las sabias palabras del Rabí. Cierta vez, el Rabí tardó más de la cuenta y la señora regresó a su casa cuando la vela estaba ya apagada.

—No entrarás a mi casa —dijo el esposo—, hasta que vayas y escupas en la cara del Rabí.

Cuando Rabí Meir tuvo conocimiento del asunto, le pidió que escupiera en su ojo para sacarle el “ain hara” (mal de ojo), y que lo repitiera siete veces consecutivas. Cuando lo hizo, le dijo el Rabí: ‘Ve y dile a tu marido: ‘Tú me dijiste escupir una vez y yo lo hice siete” (Ierushalmi Sota 1:4).

Como amaba a las personas, Rabí Meir no escatimaba esfuerzos para hacer las paces entre el hombre y su prójimo (Gitin 52:1). Amaba tanto a judíos como a gentiles, malos y buenos, porque el Santo Bendito ama a todas las criaturas.

Su amor por Eretz Israel no tenía límites. Proclamaba: “Toda clase de plantas crecen en Eretz Israel, y no falta nada en Eretz Israel” (Berajot 36:2).

“Las piedras de Eretz Israel todas son santas” (Kidushin 54:1). Un gran mérito es habitar en Eretz Israel. Grande fue su pena cuando tuvo que emigrar a Asia; decía que de todo aquel que habita en Eretz Israel, la tierra expía sus pecados (Sifri Haazinu).

Antes de su muerte, ordenó subir sus restos a Eretz Israel, y hasta el momento de hacerlo habrían de colocarlo a la orilla del mar de Eretz Israel, para que sus aguas tocaran su ataúd (Ierushalmi, Kilayim 9:3).

A pesar de su grandeza, era muy humilde y predicaba la importancia de adquirir esta cualidad: “Sé humilde ante todas las personas” (Avot 4:10). Cuando discutía con sus condiscípulos de “Halajá” (Ley) decía: “Nunca me dio mi corazón por desentenderme de las palabras de mis compañeros” (Shabat 134:1). Se levantaba en honor a un anciano, por ignorante que fuera (Ierushalmi Bicurim 3:3).

Como Rabí Akiva, su maestro, recibía todo evento —por malo que fuera— con amor, y solía decir: “Todo lo que hace el misericordioso es para bien” (Berajot 60:2).

También solía decir Rabí Meir: “Estudia con todo el corazón y con toda el alma para conocer mis caminos y estar atento a las puertas de la Torá. Guarda mi Torá en tu corazón, y que mi temor esté ante tus ojos. Aparta tu boca del pecado y purifícate y santifícate de tus culpas y las violaciones, y estaré contigo en todas partes” (Berajot 17:1).

En este pensamiento, hablando en nombre de HaShem, nos transmite Rabí Meir un modelo de conducta para cada hijo de la nación hebrea.

 

 

RABI YEHUDA BAR ILAY

 

Conocido como Rabí Yehuda. Uno de los grandes tanaítas de la cuarta generación. También, uno de los últimos alumnos de Rabí Akiva, que volvieron y fijaron las bases de la Torá en Eretz Israel, después de la crisis causada por los malos edictos y exterminios después de la rebelión de Bar Kojva (135).

Era hijo de Rabí Ilay, alumno de Rabí Eliezer y nativo de la ciudad de Usha, en la baja Galilea. Los conocimientos los recibió de su padre, quien le enseñó las enseñanzas de Rabí Eliezer.

En su temprana infancia estudió Torá con Rabí Tarfón en Lod (Meguilá 20:1). Rabí Tarfón le tuvo mucho cariño y lo llamaba “mi hijo”.

Rabí Yehuda transmite sus dictámenes halájicos (legales) como también los de los otros sabios de Yavne: Rabí Eliezer, Rabí Ieoshua, Raban Gamliel, Rabí Elevar ben Azaria, Rabí Ishmael y Rabí Iosi el Galileo.

Su maestro por excelencia fue Rabí Akiva, quien le enseñó los senderos del Midrash, y en éstos basó el Midrash halájico del libro Vaikra (tercer libro del Pentateuco).

Junto con sus cuatro compañeros propagó la Torá, cuando el mundo quedó desolado después del caos y aniquilación dejado por la rebelión contra Roma.

No fue Rabí Akiva quien lo ordenó como rabino, por causa de las persecuciones, sino Rabí Iehuda ben Baba, quien lo hizo en un lugar situado entre Usha y Shfaram, a escondidas, por la amenaza de muerte de los romanos (Sanhedrín 14:1).

Después de que el gobierno romano cesó de publicar edictos, los sabios de la generación se reunieron en la ciudad de Rabí Yehuda y dijeron: “Todo aquel que estudió, que venga y estudie; y aquel que no lo hizo, que venga y estudie” (Shir HaShirim Raba 2:5).

El trabajo era inmenso. Rabí Yehuda y sus compañeros debían recuperar lo perdido a causa de la aniquilación y destrucción, y su acción fue coronada por el éxito. En corto tiempo llenaron todo Israel de Torá (Shabat 33:1).

Más de seiscientas halajot (Leyes) se encuentran en la Mishná. Su nombre aparece en todos los Tratados Talmúdicos, con excepción del Tratado Kinim (nidos).

También a nivel de la Hagadá encontramos su nombre, tanto en el Midrash, como en el Talmud.

Sus alumnos eran sabios de la quinta generación de los tanaítas, entre ellos: Rabí Eleazar, hijo de Rabí Shimón, Rabí Ishmael y Rabí Iosi; también Rabí Iehuda Hanasí (el Príncipe), recopilador de la Mishná, era uno de sus alumnos.

Rabí Yehuda era considerado muy piadoso por su gran humildad. Estaba siempre dispuesto a ceder su honor para hacer las paces entre hombre y mujer.

Una vez dijo un hombre a su mujer: “Te prometo que no tendrás ningún provecho de mí hasta que hagas probar tu comida a Rabí Yehuda y Rabí Shimón”. Rabí Yehuda la probó, pero Rabí Shimón vio en ello una falta al honor de la Torá y no la probó (Nedarim 66:2).

Como Rabí Tarfón, su maestro, opinaba Rabí Yehuda que la acción precede al estudio (Ierushalmi, Jagiga 1:7).

Rabí Yehuda amaba el trabajo y decía: “Todo el que no enseña a su hijo un oficio, le enseña a robar” (Kidushin 29:1), “pero, a pesar de eso, haz del estudio tu ocupación principal, y del trabajo una ocupación complementaria” (Berajot 35:2).

Rabí Yehuda proyectaba luz y bondad. Sus costumbres y maneras anunciaban su santidad y sabiduría. “En la víspera del sábado le traían un recipiente lleno de agua caliente, lavaba su cara y sus pies, y vestía de blanco, pareciéndose a un ángel” (Shabat 28:2).

 

 

RABAN GAMLIEL (EL ANCIANO)

 

Presidente del Sanhedrín y dirigente del pueblo decenas de años antes de la destrucción del Sagrado Templo de Ierushalaim (segunda generación). Era nieto de Hilel. Su sobrenombre (“el anciano”) le fue dado para diferenciarlo de su nieto, Raban Gamliel de Yavne. Fue el primero a quién se le agregó el apodo de “Raban” (nuestro Rabino), título especial de los presidentes.

Se destacó por la unidad del pueblo, especialmente en momentos de desgracia. No tuvo consideración ni con su cuñado, cuando no quería aceptar a la mayoría, y lo execró (Babá Metzia 59:2). A alumnos no íntegros en cuerpo y alma no les permitió entrar en el Bet Hamidrash (Casa de estudios) (Berajot 28:1).

Cuando Rabí Ieoshua ben Jananiá opinó contra el fallo de Rabán Gamliel, con respecto a la consagración del mes de Tishrei, le exigió: “Te ordeno que vengas junto a mí, con tu bastón y tu dinero en el día de Yom Kipur (día de expiación) que ocurre según tu cálculo” (Rosh HaShaná 2-8,9). Cuando volvió el año siguiente y ofendió a Rabí Ieoshua, el pueblo se rebeló contra él, durante una sección de trabajo del Sanhedrín, y decidieron sacarlo del cargo de Rosh Yeshivá (director de la casa de estudios) y nombrar en su lugar a Rabí Eleazar ben Azaria. Rabán Gamliel se reconcilió con Rabí Ieoshua, le devolvieron su cargo y nombró jefe del tribunal a Rabí Eleazar.

Rabán Gamliel ordenó volver a redactar la oración del Shmona Esre, porque después de la destrucción del Templo tenía que cambiar la composición de las bendiciones y rezar por la vuelta del servicio sacerdotal en el Templo. También le ordenó a Shmuel Hakatan (el pequeño) redactar la Birkat hananim, la bendición que menciona la amenaza y el peligro que significaron las diferentes sectas que interpretaron falsamente nuestra fe (Berajot 28:2). Asimismo, ordenó que cada persona debe rezar la oración de Shmona esre cada día (Berajot 4:3).

Como presidente del pueblo hebreo, viajó en misiones diplomáticas a Suria, Roma, ya a otros lugares (Eruvin 7:3), fin de Macot y otras fuentes.

Antes de morir ordenó que lo sepultasen envuelto en simple tela de lino, y todo el pueblo hizo como él (Babli – Ketuvot 8:2).

 

 

RABÍ AKIVA BEN IOSEF

 

Uno de los grandes sabios de Israel, de la tercera generación de tanaítas (110-135). Su sabiduría y su temor a D-s fue un ejemplo en su vida y en su muerte por Kidush HaShem, en aras del nombre del Altísimo.

En su niñez no estudió Torá, y permaneció en la ignorancia hasta la edad de cuarenta años. Gracias a su propio esfuerzo y a la ayuda de Rajel, su esposa, llegó a niveles elevados en su conocimiento de todas las materias de la Torá.

Leamos lo que nos relata la Guemará.

Rabí Akiva era pastor del rico Ben Kalba Sabua, cuya hija, viendo cuán noble y modesto era, se enamoró de él. Un día le dirigió la palabra: “Si me caso contigo, ¿irás y te dedicarás al estudio para llegar a ser sabio?”. “Claro está”, le replicó Akiva. Y ella le desposó en secreto, y le hizo marchar a la academia. Cuando el padre se enteró, la expulsó de su casa y la desheredó.

Rabí Akiva permaneció durante doce años en la Academia, al cabo de los cuales regresó acompañado por doce mil discípulos. Mientras estaba en su casa, oyó que un anciano le decía a su esposa: “¿Hasta cuándo vivirás como si fueras viuda?”. Y ella le respondió: “Si supiera que había de hacerme caso, le habría aconsejado que estudiara doce años más”. Y Rabí Akiva se dijo: “Entonces, con su consentimiento, puedo marchar”. E inmediatamente se marchó por otros doce años, al cabo de los cuales regresó con veinticuatro mil discípulos. Cuando llegó a la ciudad, su mujer le salió al encuentro. Un vecino le ofreció prestarle algunos vestidos y adornos para que se engalanara con ellos, pero ella le dijo: “El justo provee a las necesidades de su bestia”. Entonces se acercó a él y le besó los pies. Sus discípulos quisieron apartarla, mas Rabí Akiva les dijo: “Dejadla, todo lo que es vuestro es mío, (nuestros conocimientos) le pertenecen”.

Cuando Kalba Sabua se enteró de que un gran hombre había llegado a la ciudad, se dijo: “Iré a verle, quizá me libre de mi voto” (la desheredación de su hija). Cuando llegó ante Rabí Akiva, éste le preguntó: “¿Habrías hecho el voto de haber sabido que el esposo de tu hija era un célebre maestro?”.

Sabua replicó: “Si hubiera sabido un solo capítulo del Jumash o una sola Halajá (Ley), nunca habría hecho mi promesa”.

Entonces Rabí Akiva le dijo: “Pues soy yo”. Sabua se inclinó y le besó los pies, y le regaló la mitad de sus riquezas.

La hija de Rabí Akiva hizo lo mismo (que su madre) con Ben Azay.

Esto es exactamente lo que el pueblo dice: una oveja sigue a otra; de tal madre, tal hija. (Ketuvot 62b-63a).

Cuando Rabí Akiva enriqueció, le regaló a Rajel, su esposa, una joya llamada “ciudad de oro”. Cuando la esposa de Raban Gamliel vio la impresionante joya, se llenó de envidia. Fue a Raban Gamliel y le dijo. Su esposo respondió: “¿Hubieses hecho como ella? Vendió sus trenzas para dejarlo estudiar Torá” (Ierushalmi Shabat 6:1).

Nunca dejó Rabí Akiva de agradecer a su esposa. Solía decir: “¿Quién es rico? Aquel que tiene una esposa virtuosa” (Shabat 25).

 

Sus estudios

Rabí Akiva residió en Bnei Berak (Sanhedrín 32:2). Se destacó por su constancia y profundización. Toda Halajá (Ley) que aprendía de sus rabinos, la analizaba y cuestionaba una y otra vez. Se preguntaba: ¿por qué fue escrita la letra alef? ¿Para qué fue traído este concepto? Una y otra vez pedía explicación de sus maestros (Adra de Rabí Natan 6).

Rabí Akiva estudiaba hasta el último detalle, cada letra, punto y señal (Menajot 29:2), buscando versículos en la Torá y el Tanaj (Biblia) para que sirvieran como prueba de toda Ley.

Rabí Tarfón, con admiración, exclamó: “Rabí Akiva, todo aquel que se separa de ti, es como si se separase de la vida” (Kidushin 66:2).

Se cuenta que Rabí Akiva jamás dijo en el Beit Hamidrash “es hora de acabar el estudio”, excepto las vísperas de Pesaj y del día de Kipur (Pesajim 109:1). Cuando su hijo enfermó gravemente, no dejó ni un minuto de estudiar Torá (Smejot 8).

Durante veintidós años estudió con Najum Ish Gam Zo, y fue influenciado por su escuela, que explicaba los temas de la Torá en forma especial. Rabí Akiva amplió la escuela de su Rabí, explicando cada palabra y letra de la Torá.

Rabí Akiva se ocupó de todas las materias de la Torá, incluso de la parte esotérica, siendo el único entre cuatro rabinos que salió sano en mente y cuerpo del estudio de temas profundos (Jagiga 14:2).

Rabí Akiva es considerado como el más importante Rabí de todas las generaciones. Cuando fue presentado ante el anciano Tana, Rabí Dosa ben Arginas, éste le dijo: “¿Eres tú Akiva ben Iosef, cuyo nombre es conocido hasta el fin del mundo? Siéntate, hijo mío. Que se multipliquen como tú en Israel” (Iebamot 16:29).

 

 

RABÍ IOSI BEN JALAFTA

 

Tana de la cuarta generación (135-170), es mencionado en la Mishná y otros como Rabí Iosi, uno de los cinco alumnos de Rabí Akiva, compañero de Rabí Meir, Rabí Yehuda, Rabí Shimon y Rabí Eleazar.

Sus conocimientos los recibió de los sabios de Yavne, como también de su padre Rabí Jalafta y de Rabí Iojanan ben Nuri. Su rabino era Rabí Akiva, y cuando la situación durante la rebelión de Bar Kojva se volvió imposible, fue Rabí Yehuda ben Baba quien lo consagró como Rabí.

Tuvo buenas relaciones con los sabios de la época, y era muy querido.

Sobre Rabí Meir dijo: “Un gran hombre, un hombre santo, un hombre humilde (Ierushalmi Berajot 2:7).

Cuando le transmitieron las enseñanzas de Rabí Simón, citó el versículo de Mishle (24:26): “Besarán los labios de aquel que da respuestas acertadas”.

Rabí Ieoshua, “el Príncipe”, era su alumno y lo admiraba (Nidá 68:2).

Cuentan que cuando Rabí Yehuda quería objetar las palabras de Rabí Iosi, solía decir: “Nosotros, los pobres (en conocimientos) cuestionaremos las palabras de Rabí Iosi”. Como hay diferencia entre el “lugar más santo del Templo y el lugar más profano”, así la hay entre nuestra generación y la de Rabí Iosi (Ierushalmi Gitín 6:7).

Vivió en Tzipori (Galilea), allí tenía su Yeshivá y su Tribunal.

Su profesión era la marroquinería (Shabat 49:1-2), y tenía un campo, el cual trabajaba (Shabat 118:2).

Su hermano falleció sin dejar hijos, y Rabí Iosi cumplió con el precepto de “iebum” (levirato). Se casó con la viuda y tuvo cinco hijos. Todos fueron eruditos de la Torá. Los más conocidos son: Rabí Ishmael y Rabí Eleazar. Orgulloso de sus hijos, Rabí Iosi dijo: “Planté cinco cedros en Israel” (ídem, ídem).

Entre sus máximas encontramos: “Escuché una voz que susurraba como una paloma y decía: ‘oh, que destruí mi casa, quemé mi palacio, y exilé a mis hijos entre las naciones” (Berajot 3:1).

 

 

RABÍ ELIEZER BEN HURKENUS

 

Rabí Eliezer, tanaíta de la segunda generación, fue el primero de los alumnos de Rabí Iojanan ben Zakai y el más importante de todos.

Sobre él, dijo su rabino: “Rabí Eliezer es una cisterna encalada que no pierde gota: si todos los sabios de Israel fueran colocados en un platillo de la balanza y Eliezer ben Hurkenus fuera puesto en el segundo platillo, pesaría más que todos ellos” (Avot 2:8).

El gran tanaíta Rabí Eliezer Hagadol era hijo de un rico propietario llamado Hurkenus, quien poseía muchos campos y castillos. Sus hijos trabajaban sus terrenos. También Eliezer araba la tierra junto con sus otros hermanos. Tenía veintidós años cuando su padre lo encontró llorando y le preguntó:

—¿Por qué lloras? ¿Tal vez no te gusta el trabajo y quieres que te cambiemos a otro campo?

—¡Yo quiero estudiar Torá! —fue su breve y resuelta respuesta.

Finalmente escapó de la casa paterna, yéndose a Jerusalén, a la Yeshivá de Rabí Iojanan ben Zakai.

Al ver al joven recién llegado, Rabí Iojanan ben Zakai le preguntó:

—¿Quién eres? ¿Y quién es tu padre?

Eliezer no le respondió, sino que rompió a llorar.

—¿Por qué lloras, hijo? —le preguntó cariñosamente el gran sabio.

—Yo quiero estudiar Torá —contestó Eliezer.

El Rabí volvió a preguntarle:

—¿Alguna vez visitaste una escuela? ¿Por lo menos sabes Kriat Shemá, Tefilá y Birkat Hamazón?

—¡No! —fue la respuesta de Eliezer.

Rabí Iojanan ben Zakai le enseñó a leer el Kriat Shemá, a rezar y a decir el Birkat Hamazón y comenzó a instruirlo en Torá hasta que Eliezer superó a alumnos que habían empezado a estudiar en la Yeshivá antes que él.

En el primer tiempo, cuando recién había llegado a la Yeshivá, el Rabí le sintió el aliento pesado. Después de mucho esfuerzo, le fue posible enterarse que su nuevo alumno ayunaba la mayor parte del tiempo. Entonces empezó a interesarse más en él, conoció su historia y cómo se había ido de su casa sin la autorización paterna. Le consiguió un buen alojamiento a su costa y lo bendijo, deseándole que debido al hambre sufrida por la sagrada Torá fuese merecedor de pronunciar palabras de Torá que perfumaran el mundo.

Eliezer estuvo tres años en la Yeshivá de Rabí Iojanan ben Zakai y, sediento, bebía de los claros manantiales del gran maestro, hasta que se destacó como uno de los mayores eruditos de su generación.

En el ínterin, a Hurkenus le fueron mal los negocios y tuvo que irse con su familia con su familia por una temporada. Cuando la familia volvió a su tierra y posesiones, le dijeron los hermanos al padre:

—Para los sufrimientos Eliezer no fue nuestro socio, pero para la herencia seguramente se presentará como heredero con los mismos derechos que todos nosotros.

Decidieron que Hurkenus fuera a Ierushalaim y publicara en la Yeshivá que desheredaba a su hijo Eliezer.

Cuando Hurkenus llegó a Jerusalén, Rabí Iojanan ben Zakai lo recibió con todos los honores, lo invitó a sentarse entre los sabios más grandes e importantes de la generación, como Nakdimón ben Gurión, Calbá Sabua y ben Tzitzit Hakeset, y ordenó que Rabí Eliezer pronunciase una disertación ese sábado. Cuando llamaron a Eliezer a exponer sus comentarios, él comenzó dirigiéndose a su maestro con estas palabras:

—Yo soy comparable con un pozo que no contiene más que lo que en él vertieron.

A ello respondió Rabí Iojanan ben Zakai:

—No, hijo mío. Tú eres comparable a un surgente manantial del cual siempre brota agua fresca.

Entonces Rabí Iojanan ben Zakai se retiró y Rabí Eliezer pronunció las más agudas palabras de Torá que se hubieran escuchado desde la época de Moshé Rabenu. Y su cara brillaba como el sol. Los alumnos corrieron a referirle a Rabí Iojanan ben Zakai cómo su rostro brillaba y resplandecía debido a su extraordinaria Torá.

Rabí Iojanan ben Zakai se acercó a él y, besándolo en la cabeza, dijo:

—¡Bienaventurados ustedes, Abraham, Itzjak y Yaacov, que un ser así descendió de vuestros hijos!

—¿A quién están elogiando así? —preguntó el padre.

A lo cual le respondieron:

—¡A tu hijo Eliezer!

Con gran turbación, el padre exclamó:

—Siendo así, ¿por qué dijo “Bienaventurados Abraham, Itzjak y Yaacov? Tendría que haber dicho: “Bienaventurado yo, que un ser así descendió de mí”.

Al darse cuenta de la presencia de su padre, Rabí Eliezer interrumpió su prédica y exclamó:

—¡Padre! No puedo continuar estudiando si tú estás de pie.

Hurkenus le respondió con énfasis.

—¡Hijo mío! ¡Yo vine a desheredarte, pero después de haber presenciado tu grandeza en Torá, le negaré la herencia a tus hermanos y todo lo recibirás tú como regalo!

Rabí Eliezer le contestó:

—Al Padre Celestial no le pedí dinero ni riquezas, sólo recibir como regalo la sagrada Torá, y yo no quiero tomar más que mi parte.

Con gran entusiasmo siguió estudiando y se convirtió en yerno del Nasi Raban Shimón ben Gamliel, al casarse con su inteligente hija Imá Shalom.

Imá Shalom, la privilegiada hija del Raban Shimón ben Gamliel (uno de los diez grandes sabios que murieron por Kidush HaShem —santificar el nombre de D-s—, víctimas del Imperio Romano) y hermana del Raban Gamliel de Iavne, estaba entre las más renombradas de su época. Sus hijos eran de una extraordinaria belleza, y cuando le preguntaban cómo se había hecho merecedora de ese privilegio, ella respondía:

—Debido al singular recato dentro de la vida familiar.

En la vecindad de Imá Shalom y su hermano Raban Gamliel vivía un juez, un filósofo, que en todas partes trataba de mostrar una personalidad ejemplar, incapaz de aceptar soborno, y de esa forma estafaba a los que acudían a él para solucionar un litigio.

Imá Shalom acudió al juez con un candelabro de oro como obsequio y le pidió que distribuyese lo que había quedado de sus padres entre ella y su hermano Raban Gamliel. En el juicio, el magistrado ordenó repartir la herencia por partes iguales.

Rabí Gamliel le hizo esta observación:

—Nuestra Torá indica que, en caso que haya hijos varones, las mujeres no reciben herencia alguna.

El juez le respondió:

—Desde el día en que comenzó vuestro destierro fue anulada la Torá de Moshé, ocupando su lugar otro conjunto de Leyes, las cuales indican que los hijos varones y mujeres heredan por partes iguales.

Al día siguiente, el Raban Gamliel le regaló un valioso asno de Egipto. En la segunda sesión del pleito, el juez explicó:

—He profundizado en el Código Romano y encontré un pasaje que reza: “Yo no vine a disminuir las doctrinas de Moshé, sino a agregar”. ¡Y la antigua doctrina indica claramente que en caso que haya descendientes varones, las hijas mujeres no reciben ninguna parte en la herencia!

Imá Shalom exclamó:

—¡Que tu vela arda y nos ilumine a todos!

Con eso quería referirse al candelabro con el que lo había sobornado.

A eso respondió Raban Gamliel:

—¡El asno quebró el candelabro!

Y todos los presentes en el tribunal comprendieron que Imá Shalom y Raban Gamliel habían representado esa farsa para poner de manifiesto que el incorruptible juez se había dejado sobornar.

¿Por qué a Rabí Eliezer lo llamaban Eliezer Hagadol, elevado título que ninguno de los tanaítas tuvo? Porque de los cinco gigantes de espíritu, los cinco alumnos más sabios del Raban Iojanan ben Zakai, Rabí Eliezer ben Hurkenus, Rabí Ieoshua ben Jenaniá, Rabí Eleazar ben Aroj, Rabí Iosi Hacohen y Rabí Shimón ben Netanel, fue reconocido Rabí Eliezer como el más grande, tal como lo determinó el mismo Raban Iojanan ben Zakai.

Sobre sus elevadas doctrinas morales podemos leer en Pirkei Avot: “Que el honor de tu amigo te sea tan valioso como el tuyo; y no te entregues con facilidad a la ira contra otro; y arrepiéntete como mínimo un día antes de tu partida de este mundo; y que entres en calor frente al fuego de los sabios de la Torá; y ten cuidado de no tocar sus brasas calientes para no quemarte, porque sus mordeduras son como las de un zorro, y sus picaduras como las de un escorpión, y sus murmullos como los de una serpiente venenosa, y todas sus palabras son como brasas de fuego”.

Estas breves reglas de moral son verdaderos brillantes, y es necesario comprenderlas en su fundamento y perspicacia. “Que el honor de tu amigo te sea tan valioso como el tuyo” tiene dos significados:

1) Que la medida del honor brindado por tu amigo sea apreciada por ti como la tuya. Cuando honras a tu amigo, siempre crees haber cumplido tu obligación y hecho lo suficiente. De la misma manera, debes conformarte con los honores brindados por el otro y no considerarlos insuficientes.

2) Que el honor que te brinda tu amigo no juegue en ti un rol más grande que si tú mismo te lo hubieras asignado.

“No te entregues con facilidad a la ira contra otro”. La ira por sí misma no es un pecado para uno. Pero es una de las peores costumbres, porque en cuanto la persona cae en enojo, ya no es la misma que unos minutos antes. No piensa en forma natural. No habla como es debido y es capaz de cualquier maldad.

“Arrepiéntete como mínimo un día antes de tu partida de este mundo”. Los alumnos de Rabí Eliezer le preguntaron: “¿Cómo sabe una persona cuándo va a morir para arrepentirse un día antes?”. Él les respondió: “Como nadie sabe cuándo va a ser el último día, tiene que arrepentirse cada día, porque nadie está seguro de llegar al día siguiente, y de esa forma el ser humano debe arrepentirse durante toda su vida”.

Y lo mismo dijo el rey Salomón: “Que en todo momento sean blancos tus vestidos y que sobre tu cabeza nunca falte aceite”. Esto significa cuidarse siempre de los pecados aumentando la Torá y las buenas acciones que iluminan el alma igual que el aceite.

“Que entres en calor frente al fuego de los sabios de la Torá”. La naturaleza del fuego es que, de lejos, se siente frío, y muy cerca, quema. Lo mismo sucede con los sabios: hay que seguir sus pasos para aprender de ellos virtudes, moral y buenas acciones. Pero todo con respeto y cortesía. El que está muy familiarizado con el sabio y se cree su igual, finalmente se quemará.

Tiempo antes de la destrucción del Templo, el Raban Iojanan ben Zakai fundó en Yavne una gran Yeshivá. Rabí Eliezer, uno de sus grandes discípulos, también fue invitado entre ese conjunto de sabios. Entonces salió del cielo una voz que proclamó:

—Dos de los representantes son aptos para ser poseedores de la Visión Divina y Shmuel Hakatán es uno de ellos.

Todos los sabios estuvieron de acuerdo que el segundo no era otro sino Rabí Eliezer ben Hurkenus.

Y cuando Rabí Iojanan ben Zakai salió de Ierushalaim en medio de la guerra con Vespasiano, emperador romano, fueron Rabí Eliezer y Rabí Ieoshua quienes lo sacaron de contrabando, escondido en un ataúd

En esa época fue cuando Rabí Iojanan ben Zakai les dio el título a Rabí Eliezer ben Hurkenus y a Rabí Ieoshua. Y desde ese momento, Rabí Eliezer ocupó un lugar privilegiado dentro de la vida judía, como conductor y “grande” de su generación, junto con su cuñado Raban Gamliel (el cual se convirtió en Nasi a la muerte del Raban Iojanan ben Zakai). Rabí Ieoshua llevó a cabo numerosos viajes a Roma, tratando de conseguir que los grandes emperadores anularan los pesados tributos y decretos oprimentes para los judíos.

La historia se repite, y lo sucedido entre Rabí Eliezer y su padre Hurkenus volvió a repetirse. Rabí Akiva se contrató en lo de Rabí Eliezer para trabajar tres años y en la víspera de Yom Kipur le pidió:

—Dame lo que me corresponde en pago por mi trabajo. Quiero ir a mi casa para llevar alimentos a mi esposa e hijos.

Rabí Eliezer le contestó:

—No tengo plata.

—Dame frutas.

—No tengo.

—Dame tierras.

—No tengo.

—Dame animales.

—No tengo.

Rabí Akiva tomó sus herramientas de trabajo y se fue a su casa totalmente desanimado. Después de Sucot, Rabí Eliezer cargó comida, bebida y diversos productos sobre tres asnos, así como el monto que le debía, y los llevó a la casa de Rabí Akiva. Después de conversar animadamente, comer y beber, le pagó lo que le correspondía y le preguntó:

—Cuando yo te dije que no tenía plata, ¿qué pensaste?

—Pensé que se le presentó mercadería muy barata y utilizó todo el efectivo.

—¿Y cuándo te dije que no tenía animales?

—Pensé que estaban alquilados a otra persona.

—¿Y qué pensaste cuando te dije que no tenía tierras?

—Pensé que se las alquilaba a alguien.

—Cuándo te dije que no tenía frutas ¿qué creíste?

—Consideré que aún no había separado Terumá y Maaser.

—¿Y cuando contesté que tampoco tenía ropa?

—Pensé que había consagrado su fortuna al Beit Hamikdash (Sagrado Templo).

Exclamó Rabí Eliezer:

—¡Así fue, lo juro! Debido a mi hijo Hurkenus, que no cumple la Torá, consagré toda mi fortuna al Beit Hamikdash, pero cuando me encontré en el Sur con mis amigos, ellos anularon mi promesa, y a ti, que entonces me juzgaste favorablemente, que el Altísimo también te juzgue favorablemente.

Su grandeza sobrepasó todos los límites, y eso produjo una gran separación con los otros judíos sabios, en un juicio en el cual Rabí Eliezer se determinó puro y los sabios impuros. En ese día —cuenta la Guemará— Rabí Eliezer dio numerosas respuestas y demostró a los sabios su razón. Pero ellos no aceptaron su veredicto. Entonces exclamó Rabí Eliezer:

—¡Si la Ley es como yo digo, que lo confirme este algarrobo!

Y el algarrobo se corrió a cuatrocientos codos (ciento noventa y dos metros) de su lugar.

Los sabios respondieron:

—Eso no demuestra nada.

Volvió a decir Rabí Eliezer:

—¡Si la Ley es como yo digo, que lo confirme el manantial!

Y el manantial se corrió de lugar.

Respondieron los sabios:

—Eso aún no alcanza.

Dijo Rabí Eliezer por tercera vez:

—¡Si yo tengo razón, que lo confirmen las paredes de la Yeshivá!

Y las paredes empezaron a inclinarse. Rabí Yeoshuá gritó:

—¡Cuándo los sabios discuten en un juicio, ustedes no tienen que inmiscuirse!

Cuenta la Guemará que, debido a la honra de Rabí Ieoshua, las paredes no cayeron, y debido a la de Rabí Eliécer, quedaron inclinadas.

Dijo Rabí Eliezer:

—¡Del cielo van a confirmar que la Ley es como yo digo!

Entonces salió una voz del Cielo:

—¿Por qué luchan contra Rabí Eliezer cuando la Ley es siempre como él indica?

Rabí Ieoshua se puso de pie y respondió:

—¡La Torá ya no está en el Cielo!

Con ello se refería a que la decisión sobre cada versículo fue entregada a los sabios de este mundo, tal como lo dice la misma Torá: “Ajarei rabim lehatot” (seguir a la mayoría). Entonces se dictaminó impureza sobre lo puro por él decretado y se quemó para demostrar que así era la Ley. Y decidieron no volver a encontrarse ni discutir con Rabí Eliezer, y desde entonces él no volvió a Yavne, sino que estudió con jóvenes alumnos en su propia Yeshivá en Lod, donde residía. Ese día, en que los sabios dictaminaron en desacuerdo con Rabí Eliezer, los cielos huracanados y una gran medida de ira fue vertida sobre el mundo; el trigo, la cebada y los olivos disminuyeron en una tercera parte y también la masa preparada por las mujeres se arruinó.

Raban Gamliel, su cuñado, estaba en aquella época realizando un viaje por mar y una gran tormenta lo amenazó, poniendo en peligro su vida. Entonces Raban Gamliel comprendió que eso solamente podía deberse al honor de Rabí Eliezer y, levantándose, dijo:

—¡Señor del Mundo! ¡Tú sabes que todo lo que hicimos no fue por mi honor ni por el de mis padres, sino por el Tuyo, para que no se multipliquen ni extiendan peleas entre los judíos!

Y la tormenta se calmó.

Los comentaristas explican el concepto de Rabí Eliezer cuando trató de convencer a los sabios sobre el algarrobo, el manantial y las paredes de la Yeshivá, que indicaban que, de todas las necesidades humanas, como comer, beber y dormir, él sólo tomaba lo más necesario: gozaba de la fruta del algarrobo, bebía agua y siempre estaba entre las paredes de la Yeshivá, el lugar que lo llevó a sus elevados conocimientos en Torá.

Su sed y fluidez para estudiar la Torá eran sobrenaturales. Él mismo lo afirmó: “Nadie llegaba a la Yeshivá antes que yo. Nunca descabecé ni el más ligero sueño dentro de la misma. Siempre salía al último y nunca me distraje con conversaciones vanas”. Y de esa forma superó con sus extraordinarios conocimientos a todos sus amigos, lo que le valió que Rabí Iojanan ben Zakai lo denominara “un pozo de cemento en el cual ni una gota de agua se pierde”.

En el Midrash se relata que ejercía una poderosa influencia. Cierta vez, Rabí Ieoshua entró en la Yeshivá de Rabí Eliezer, después de la desaparición física de éste, y al ver la piedra donde el sabio solía sentarse a estudiar, la besó y exclamó:

—Esta piedra es comparable al Monte Sinaí y el que sobre ella se sentó es comparable a las Tablas de la Ley.

Rabí Itzjak dijo:

—En vida de Rabí Eliezer todo lo que estudiábamos estaba tan claro como en el día en que la Torá fue entregada en el Monte Sinaí.

¡Hasta esa altura llegaron a valorarse sus conocimientos! Pese a eso, para que no hubiera excepciones en la Torá Oral, los sabios debieron oponerse enérgicamente a Rabí Eliezer con la autoridad dada por el “Ajarei Rabím lehatot” (seguir la decisión de la mayoría), y para evitar las disputas, acordaron no encontrarse más con él.

Después que los sabios se separaron oficialmente de él, la soledad lo apesadumbraba enormemente. Por eso, su esposa, Ima Shalom, siempre cuidaba que, después de decir Shemona Esre, no dijera Tajnun, plegaria capaz de tener un efecto inmediato, y lo distraía con una conversación que anulaba esa propiedad. Cierta vez aconteció que un padre golpeó a su puerta y ella le alcanzó algo. Cuando entró en el cuarto y encontró a su esposo diciendo Tajanun, le dijo:

—¡Detente! Ya mataste a mi hermano.

No pasó mucho tiempo antes de que se supiera que Raban Gamliel había fallecido.

—¿Cómo lo supiste? —preguntó Rabí Eliezer a su esposa.

—Mis grandes padres me dejaron una Cábala: ¡todas las puertas pueden cerrarse, pero las puertas de un corazón oprimido que sufre y llora nunca están cerradas! —fue su respuesta.

En el Talmud Ierushalmi se cuenta que una vez iba por la calle Rabí Eliezer y le cayó basura que una mujer tiraba sin darse cuenta de que alguien pasaba. Él se alegró y exclamó:

—Agradezco que de hoy en adelante mis amigos volverán a amigarse conmigo. “De la basura se levantará un pobre”.

Lamentablemente, su deseo no se vio satisfecho.

Cuando Rabí Eliezer enfermó, sus alumnos fueron a visitarlo y le pidieron:

—¡Rabí! ¡Enséñanos los caminos a través de los cuales podremos llegar a la vida verdadera y correcta!

Él les respondió:

—Hónrense uno al otro, enseñen a sus hijos Torá, de acuerdo con la correcta acepción de la Guemará, y manténganse siempre entre sabios. Y cuando recen, tengan en cuenta ante quién lo hacen.

Con ello quiso decir que cuidaran los principios del judaísmo, estudiaran Torá con los niños desde su más tierna infancia y sirvieran con abnegación a Dios.

En sus últimos días fueron a visitarlo Rabí Akiva con sus amigos. Rabí Eliezer estaba acostado en su cuarto y ellos entraron a la sala. Era un viernes después del mediodía. Mientras tanto, su hijo Hurkenus entró al cuarto para sacarle los Tefilín, pero él no lo dejó. Hurkenus dijo a las visitas:

—Me parece que, debido a los sufrimientos, mi padre no está en sus cabales.

A eso contestó el padre:

—¿Por qué no te interesas en el encendido de las velas y en preparar comida caliente para Shabat, que huelen a prohibiciones de la Torá, y te interesas en que me saque los tefilín, lo cual no es más que una prohibición de nuestros rabinos?

Cuando los sabios oyeron que estaba totalmente lúcido, entraron en su cuarto, pero se mantuvieron alejados de él cuatro codos.

Rabí Eliezer les preguntó:

—¿Dónde estuvieron hasta hoy?

—No tuvimos tiempo.

A eso respondió Rabí Eliezer:

—No estoy seguro si estas personas van a morir en forma normal.

Le preguntó Rabí Akiva:

—¿Cuál fin será más difícil que su mundo? Porque con tu aguda inteligencia hubieras podido aprender mucho de mí (Rashi).

Ellos le hicieron una pregunta referente a las Leyes de lo puro y lo impuro, a lo cual Rabí Eliezer respondió “puro”. Y con la palabra “puro” se elevó su santa alma.

De inmediato se levantó Rabí Ieoshua y exclamó:

—El voto está anulado.

Lo acompañaron desde Cesárea a Lod, donde fue sepultado. Rabí Akiva lloraba desconsoladamente y, martirizándose, exclamaba:

—¡Padre, Padre, gran luchador de la Torá, mucha plata me quedó sin tener quien me la cambie!

Esto significa: “Muchas preguntas sobre Torá tengo para hacer y no quedó quien me las pueda responder”.

En la Guemará se cuenta que hubo un año de sequía. Pese a los ruegos de Rabí Eliezer, las lluvias no cayeron. A los ruegos de Rabí Akiva, llovió. Los sabios pensaron que esa era una señal de que Rabí Akiva era más importante. Entonces salió una voz del Cielo:

—No, no es que sea más grande, sino que pasa por alto sus costumbres.

Rabí Moshé Jaim Lutzato explica que eso no quiere decir que Rabí Eliezer no tuviera la virtud de pasar por alto sus costumbres. Pero como Rabí Akiva descendía de conversos, sus buenas costumbres eran más distinguidas en el Cielo. Rabí Akiva mismo pensó que Rabí Eliezer podía sentirse relajado debido a eso, entonces se puso de pie y dijo:

—Yo soy comparable al sirviente de un rey, al cual se le contesta enseguida y con el que no se mantiene largas conversaciones. Pero el Rabí es comparable al querido de un rey, el cual es muy distinguido por éste. Le gusta mantener con él largas conversaciones y por eso no le responde al momento.

 

 

RABÍ JANINA BEN JANANIÁ, EL SUPLENTE

 

Tanaíta de la primera generación, fungía como suplente del Gran Sacerdote en el Sagrado Templo de Ierushalaim, cuyo lugar ocuparía si a éste le ocurría algo que lo inhabilitara para el servicio.

Rabí Nanina vio con sus ojos la destrucción del Templo, y su pena la expresó fijando la prohibición de sumergirse en la Mikve el día 9 de Av (Taanit 13:1).

Pronunció palabras sobre Halajá (Ley) como también sobre Hagadá. Apreciaba mucho la paz, “grande es la paz como la Creación misma” (Sifri Bamidbar 12).

Ordenó rezar por la paz en el gobierno: “Ora por la paz del reino, pues de no ser por su temor hacia él, el hombre destruiría la vida de su prójimo” (Avot 3:2).

Sobre todo puso énfasis en el estudio de la Torá, que salva al hombre de toda clase de calamidades, de pensamientos malos, necios y otros (Avot de Rabí Natan 20).

 

 

RABAN SHIMON BEN GAMLIEL

(Cuarto Presidente de la casa de Hilel)

 

Fue Presidente del Sanhedrín en la generación de la destrucción. Junto a los Grandes Sacerdotes, Janan ben Janan y Yeoshuá ben Gemala, actuó como dirigente de Ierushalaim durante la guerra con los romanos.

Era considerado como un hombre inteligente, que supo apalear situaciones complejas, encontrando soluciones que fueron aceptadas por la comunidad.

Era un dirigente moderado que bregaba por la paz, y se dice que fue asesinado por los celotes.

Pocas son las enseñanzas que recibimos bajo su nombre, porque todas eran mencionadas en nombre de la casa de Hilel.

Su hijo, Raban Gamliel de Yavne, nos transmite lo que le enseñó su padre (Mishná Eruvín 6:2).

Participaba activamente en la ceremonia de “Bet Hashoeva” (ver Mishná Sucá 5:2-3) en el templo y danzaba teniendo ocho antorchas encendidas; las lanzaba y ninguna de ellas tocaba el suelo (Tosefta, Sucá 4:4).

Entre sus máximas más conocidas encontramos en el Tratado de Avot: “Toda mi vida la pasé entre sabios, y nada hallé mejor para el cuerpo que el silencio; lo principal no es la teoría, sino la práctica”. Todo aquel que multiplica sus palabras, se introduce al pecado (1:17).

 

 

RABÍ IEHUDA BEN BETERA

 

El primer tanaíta que actuó en tiempos del Primer Templo, poco antes de su destrucción. Fue reconocido por sabiduría y erudición. Habitó en Netzivin, Babilonia.

 

 

RABÍ ELEAZAR BEN TZADOK

 

Era hijo del Rabí Tzadok, quien ayunó cuarenta años para que Ierushalaim no fuese destruida, y se enfermó. Rabí Ionjanan Ben Zacay le pidió al Emperador vespeciano que uno de sus doctores curara a Rabí Tzadok (Guitin 56:9-b).

Rabí Elazar Ben Tzadok vivió antes de la destrucción del Templo, y junto a Shaul Ben Notnot trabajó en el comercio.

Fue alumno de Rabí Iojanan HaJoranu, quien contó que cuando comió con Rabí Israel HaJoranu, vio que comía pan seco con sal en los años de sequía (Iebamot 15:2).

Transmitió información sobre el Templo y sus edificios.

Sobre la hija de Nakdimon Ben Gurion, hija de las familias más ricas de Ierushalaim decía: “La vi juntando granos de cebada, entre las patas de los caballos en Aco (Ketubot 67:1).

Muchas son las enseñanzas y costumbres que aprendió de la casa de Raban Gamliel: “Muchas veces comí en la casa de Raban Gamliel” (Tosafot Beitza 2:14).

Una vez pasó en la casa de Raban Gamliel la víspera de Pésaj, que caía en Shabat, junto a su padre, Rabí Tzadok. Vino Zunin, el encargado de la residencia, y dijo: “Llegó la hora de eliminar el Jametz” (Pesajim 49:0).

Sobre el testamento que le ordenó su padre con respecto a su entierro, contó: “Así me dijo mi padre antes de fallecer: ‘Hijo mío, primero entiérrame en la Bik-a, después reúne mis restos y ponlos en Glokema. No juntes los restos con tus manos’. Y así lo hice”.

Entró Iojanan y los reunió y los cubrió con una tela. “Entré e hice keirá” (desgarró sus vestimentas). “Como hizo a su padre, así lo haré yo” (Rabí Eleazar Bar Tzadok, Semajot 12).

 

 

RABÍ TZADOK

 

Rabí Tzadok era ya un anciano en los días de la destrucción del Templo. Contaba que cuarenta años antes de la destrucción, ayunaba y rezaba para que el sagrado templo no fuera destruido.

Aunque era alumno de Shamay, se regía según la casa de Hilel (Iebamot 15:2).

Era muy cercano a Raban Gamliel el anciano (Mishná Pesajim, 7:2) y conocía sus costumbres.

Una vez sucedió que dos Cohanim (sacerdotes) querían servir en el templo, y corrían y subían la rampa. Uno de ellos se adelantó a su compañero; tomó el otro un cuchillo y lo clavó en el corazón del primero. Vino Rabí Tzadok y, parándose en las escaleras de la sala del templo, le dijo: “Escuchen, mis hermanos, hijos de Israel, nos enseña la Torá: ‘Cuando se encuentre un cadáver en la tierra que HaShem, tu Elokim te da en posesión y no se sabe quién lo asesinó” (Devarim 21:1).

Analicemos cuál fue la razón de este hecho criminal, ¿la carrera por la entrada al templo o por la entrada a sus salones? ¿Simplemente fue por una razón de puro celo a HaShem, o por algo personal que había entre ellos?

Todo Israel irrumpió en llanto (Tosefta Shabuot 1:4)

Después de la destrucción del templo, Rabí Tzadok pasó a vivir en Galilea, en la ciudad de Tibin, cercana a Haifa, y de allí enviaba sus preguntas a Yavne (Tosefta Nida 4:3-4).

Al viajar a Yavne fue recibido con grandes honores por Raban Gamliel, el Presidente del Sanhedrín.

Así lo cuenta Eleazar, su hijo: “Cuando Raban Gamliel habitaba en Yavne, su padre y sus hermanos estaban sentados a su diestra (el padre de quién de Eleazar) y los ancianos a su siniestra (Ierushalmi, Sanhedrín 1:4).

Rabí Tzadok falleció a muy avanzada edad, y antes de fallecer le pidió a su hijo que lo enterrara a manera antigua, que era costumbre en tiempos del Sagrado Templo.

 

 

RABÍ SHIMÓN BAR IOJAI

 

Tanaíta de la cuarta generación (135-170). Uno de los alumnos más importantes de Rabí Akiva, estudió con él en la Yeshivá de Bne Brak durante trece años, junto con su compañero Jananiá ben Janijai (Ktubot 62:2).

Rabí Shimón fue quien preguntó en la Yeshivá de Yavne si la oración de Arvit (noche) es Reshut (si depende de la voluntad de la persona) o Joba (es obligatoria), pregunta qué hizo que Raban Gamliel renunciara a la Presidencia del Sanhedrín.

Cuando Rabí Akiva fue apresado por los romanos, Rabí Shimón fue a escuchar sus enseñanzas.

Rabí Akiva, su maestro, lo estimaba en gran manera, y le dijo: “Tu Creador y yo conocemos tu valor” (Ierushalmi, Sanhedrín 1:2).

Muchas veces discrepaba con su maestro, pero grande era su admiración por él. Cierta vez que no le hizo el honor debido, “sus dientes se volvieron negros de tanto ayunar” (Nazir 52:2).

Entre sus alumnos más importantes encontramos a Rabí Hanasí, que estudio en su Yeshivá en Tekoa (Eruvin 91:1), y su yerno, el Tana milagroso, Rabí Pinjas Ben Yair.

Rabí Shimón bar Iojai amó inmensamente a la Torá, su pueblo y su país. He aquí algunos de sus conceptos:

“El Señor ha dado a los Israelitas tres buenos regalos, que sólo les ha otorgado en medio de sufrimientos”.

Estos tres regalos son: la Torá, la Tierra Prometida y el Mundo Venidero (Berajot 5:1).

“Midió el Santo, Bendito Sea, a todas las naciones, y no encontró ninguna nación apta para recibir la Torá, sino Israel…”. “Midió el Santo, Bendito Sea, a todos los países y no encontró un país apto y adecuado para la residencia de Israel, sino Eretz Israel” (Vaikra 13:2).

Grande era su amor a cada uno de Israel: todos en Israel son hijos de reyes (Mishná Shabat 14:6).

“Ven y ve cuán querido es Israel ante el Santo, Bendito Sea, que a cada lugar que fueron exilados, la Shejina —Divina Providencia— fue con ellos, y cuando sean redimidos, ella vendrá con ellos” (Meguilá 29:1).

 

Eretz Israel

De la misma manera que amaba al pueblo de Israel, Rabí Shimón amaba a la Tierra Prometida, “Tebel”.

¿Por qué llamaba “Tebel” a la tierra de Israel?

Porque tiene toda clase de condimentos (Tablin). Todos los países tienen una u otra característica, pero a Eretz Israel no le falta nada, ya que está escrito (Devarim 8:9).

 

Salir de Eretz Israel era considerado por Rabí Shimón uno de los pecados más grandes.

Así nos lo relata el Midrash.

Uno de los alumnos de Rabí Shimón bar Iojai salió fuera de Israel y volvió al país rico y poderoso. Sus alumnos lo vieron y se llenaron de envidia, decidiendo salir también al exterior. Rabí Shimón lo supo, los reunió y los llevó a un valle no lejos de Meron, elevó su voz y dijo: “¡Vale, Valle, llénate de talentos de oro!”. De inmediato comenzó a llenarse de monedas brillantes.

Les dijo: “Si ustedes buscan monedas de oro, ¡tómenlas! Pero han de saber que lo que ahora toman es su parte en el mundo venidero” (Shmot Raba 52:3).

 

Rabí Shimon y los romanos

El Rabí odiaba a muerte a los romanos, opresores del pueblo hebreo. Sus opiniones las expresaba libremente y sin temor.

Leamos lo que nos cuenta el Talmud.

Rabí Yehuda (bar Ilay), Rabí Iosi (bar Halafta) y Rabí Shimón (bar Iojai) estaban sentados juntos, y con ellos, Yehuda ben Guerim (hijo de Yehuda, de padres conversos). Durante la conversación, Rabí Yehuda dijo:

—¡Qué útiles y que hermosas son las obras de ese pueblo [romano]! Han establecido mercados, han tendido puentes sobre los ríos y han edificado baños”.

Ante esta observación, Rabí Iosi calló; pero Rabí Shimón replicó:

—Sí, así es, pero todo lo han hecho en beneficio propio. Han abierto mercados para sustentar el libertinaje, han edificado baños para su propio placer y han tendido puentes para cobrar impuestos.

Yehuda ben Guerim fue y los denunció, y cuando la noticia llegó a oídos del emperador, éste mandó a publicar un edicto, en virtud del cual Rabí Yehuda sería ascendido, Rabí Iosi desterrado a Tzipori y Rabí Shimón sería apresado y ejecutado. Pero Rabí Shimón y su hijo Rabí Eleazar consiguieron refugiarse en una academia, donde eran mantenidos por la esposa del rabino, que les llevaba diariamente pan y agua. Cierto día la desconfianza se apoderó de Rabí Shimón, y le dijo a su hijo:

—Las mujeres son volubles. Los romanos pueden importunarla y ella puede descubrirnos.

Entonces se marcharon y se refugiaron en una cueva, en la que permanecieron doce años (CA) (Shabat 33b). Al terminó de los doce años, volvieron y estuvieron en la cueva un año más.

Durante esos años se alimentaron de frutas de algarrobo, hasta que su piel se tornó de un color grisáceo (Prikta de Rab Kahana 88:2).

Esos trece años de estadía en la cueva les hicieron alejarse de lo mundano y de las necesidades materiales.

Entre las hojas del Talmud se encontraron sus enseñanzas, siempre envueltas en parábolas, aforismos y ejemplos. He aquí algunas.

Rabí Shimón bar Iojai dijo a su hijo:

—Han llegado unos eruditos y hombres de bien. Ve a la fonda y pídeles su bendición.

El muchacho volvió y dijo a su padre:

—En lugar de bendecirme, me han maldecido. Me han dicho: “Que siembres, pero no cortes el sembrado; que hagas entrar, pero no salir; que hagas salir, pero no entrar; que tu morada quede arruinada, pero tu vivienda temporal sea firme; que tu pan sea consumido y no llegue nunca año de regocijo”.

—Esas no son maldiciones, hijo —dijo Rabí Shimón—, sino bendiciones. Este es su significado: tendrás hijos y no verás su muerte; verás entrar a tu casa tus nueras y no las verás abandonar a tus hijos para regresar al hogar de sus padres; a tus propias hijas las verás salir de tu casa, y no las verás regresar para vivir contigo; vivirás tanto tiempo que tu tumba familiar caerá en ruinas, pero tu casa será firme y perdurará por mucho tiempo. Tu pan será consumido por una familia grande. Finalmente, tu mujer vivirá mientras vivas tú, y no tendrás que volver a casarte, ni tener el año de llevar regocijo a una nueva mujer, como lo prescribe la Torá (Moed Katan 9).

Una de las enseñanzas de Rabí Shimón bar Iojai es que cada judío es responsable de su prójimo, y como ejemplo relató lo siguiente: “Cierta vez uno de los pasajeros de un barco tomó un pico y comenzó a hacer un orificio debajo de su asiento. Los restantes pasajeros enseguida comenzaron a retarlo, a lo que él respondió:

—¿Qué les importa a ustedes lo que yo hago bajo mi asiento? ¡He pagado por él!

—Tonto, tú has pagado por el viaje, pero no tienes derecho a perforar el barco ni siquiera debajo de tu asiento, porque de lo contrario nos hundiremos todos.

De la misma manera ocurre con el Pueblo Judío, ya que el comportamiento de cada individuo influye sobre sus semejantes”.

Rabí Shimón bar Iojai, fue famoso por ser “hacedor de milagros”, y por ello fue elegido para viajar a Roma y anular los malos dictámenes y edictos decretados por el emperador.

Fue Rabí Shimón quien dictó a su alumno Rabí Aba el Zohar, libro básico de la Cábala; el libro de la ciencia de la verdad, el libro que describe y revela a los estudiosos la esencia de todas las fuerzas existentes en el mundo. No existe nada en el mundo sobre lo cual el Zohar no exprese su opinión y posición.

Rabí Shimón ameritó las tres coronas: las corona del sabio de la Halajá (Ley), la corona de la sabiduría esotérica y la corona del héroe de la nación.

La más brillante de las tres es la corona del misticismo judío. Con el descubrimiento del libro del Zohar. Rabí Shimón salió de los límites del mundo terrenal para entrar en la esfera superior.

Felices ellos, los que están en el umbral de su “lugar espiritual”.

Todos los años en Lag Baomer, treinta y tres días del Omer, el 18 de Iyar, a Meron, donde se encuentra la tumba del justo Rabí, acuden decenas de miles de personas. Allí se reza, se leen Salmos de Tehilim, se estudian párrafos del Zohar, se encienden hogueras y se danza alrededor de ellas, en honor del santo y venerado Rabí Shimón bar Iojai.

 

 

RABÍ IOSI HAGUELILI

 

Tanaíta de la tercera generación, de los más importantes Rabinos de Yavne, nació en la Galilea y allí estudió Torá.

Cuando llegó a Yavne ya era considerado grande en Torá, y el primer día discutió en Halajá (Ley) con Rabí Tarfón y Rabí Akiva, demostrando sus vastos conocimientos (Sifri Bamidbar 118).

Muchas fueron sus discusiones con Rabí Akiva sobre diferentes temas talmúdicos y comentarios sobre el Tanaj (Biblia) (Mishná Sota, 8:5, Macot 2:7 y otros).

Rabí Iosi Haguelili era famoso por su gran piedad y devoción. Al orar al Altísimo podía lograr que lloviese.

Cuando Israel se sumergió en el pecado y las malas acciones, trajeron a un anciano, como lo era el Rabí Iosi Haguelili, quien rezó a HaShem y las lluvias comenzaron a descender desde el cielo (Ierushalmi Berajot 5:2)

 

 

RABÍ TARFON (80-110)

                                                       

Tanaíta de la segunda generación. En su infancia vio el sagrado Templo en construcción. Estudió con Raban Gamliel, el anciano, y con Raban Iojanan ben Zakai, pero también fue alumno de la escuela de Shamay, y en la casa de estudio de los sabios de Yavne era considerado uno de los más importantes de su generación. También en las generaciones posteriores se mencionaba su nombre con admiración, llamándolo el padre de todo Israel (Ierushalaim Ioma 1:1).

Vivió en la ciudad de Lod, donde también residía Rabí Eliezer. Los sabios de la ciudad se reunían en “alyat bet nataza” (el piso superior). Rabí Tarfón era el jefe del grupo (Kidushin 40:2).

Entre sus alumnos encontramos también a Rabí Akiva, aunque lo consideraban también como compañero por su elevado nivel de estudios. Una vez le dijo: “Akiva, todo aquel que se separa de ti es como si separarse de la vida” (Tosefta, Mikvaot). Entre otros, estudió con Rabí Tarfón, Rabí Yehuda y Rabí Janina ben Gamliel.

Rabí Tarfón era un gran maestro y hacía que sus alumnos discutieran el tema por intermedio de preguntas dirigidas, logrando que ellos mismos llegaran a la respuesta correcta.

Rabí Tarfón era “Cohen” y recibía los regalos del sacerdocio y las cinco monedas del rescate del primogénito (pidión haben).

Tenía un espíritu espléndido, relata la Hagadá. Rabí Tarfón dio a Rabí Akiva ciento ochenta monedas de oro y le dijo: “Cómprate una propiedad, un terreno”. Fue Rabí Akiva e hizo muchas mitzvot (buenas acciones). Después de unos días, visitó a Rabí Tarfón. 

—¿Qué hiciste?” —le preguntó—. ¿Qué tal el terreno que has adquirido? ¿Es bueno?

—Sí, y no hay como él en el mundo.

—¿Dónde está el documento de propiedad? —pregunto Rabí Tarfón.

—Está en manos de David, quien dijo: “Esparce, da a los pobres, su justicia permanece para siempre” (Tehilim 112:9) (Vaikra Raba 34:16).

Grande era su humildad, al punto de no querer revelar su nombre a nadie para no honrarse por su Torá. Una vez fue obligado a hacerlo para salvarse de un peligro, y se apenó de ello durante toda su vida. Incluso dijo: “ay de mí que usé la corona de la Torá” (Nedarim 62:2).

El honor y respeto por su madre no tenían límites. La madre de Rabí Tarfón fue a dar un paseo por el patio un sábado y se desprendió el cordón de su zapato. Fue Rabí Tarfón, puso sus manos bajos su pie, y así caminó hasta llegar a su cama (Kidushim 31:2).

A su mujer y sus hijos les traía regalos en las fiestas (Ierushalmi 10:1).

 

 

RABÍ ISHMAEL BEN ELISHA

 

Uno de los más importantes tanaítas de la tercera generación. Según algunos, era nieto de Rabí Ishmael, el gran sacerdote que vivió a los finales de la época del Segundo Templo, y que fue uno de los diez mártires inmolados en la santificación del nombre de HaShem (Kidush HaShem).

En su infancia fue llevado prisionero a Roma y rescatado por Rabí Ieoshua, quien vio en él a un futuro maestro del pueblo de Israel.

Ocurrió que Rabí ben Jananiá fue a la ciudad de Roma. Le dijeron: “Hay un niño en la prisión de ojos hermosos, bien parecido, de cabello enrulado”.

Fue y se presentó en la puerta de la prisión. Citó el versículo: “¿Quién entregó a Yaakov para ser saqueado y a Israel a los ladrones?”.

Contestó aquel niño, completando el versículo, “No fue el Señor, contra quien hemos pecado, porque no quisieron andar en sus caminos, ni fueron obedientes a la Torá” (Isheiau 42:24). Rabí ben Jananiá dijo: “Estoy seguro de que será uno de los grandes de Israel; prometo no moverme de aquí hasta que lo rescate, por el monto que me exijan”.

Se dice que no se movió de allí hasta que lo rescató, pagando mucho dinero, y no pasó mucho tiempo antes de que el niño se convirtiera en uno de los grandes maestros de Israel. Ese niño era Rabí Ishmael ben Elisha (Gitin 58:1).

Rabí Ieoshua fue uno de sus primeros maestros. También estudió con Rabí Eliezer y con Rabí Nejunia ben Hakana. Su amigo cercano era Rabí Akiva, aunque discutió con él sobre muchos aspectos.

Tanto Rabí Akiva como Ishmael crearon dos escuelas sobre el estudio de la Torá. Él fue el primero en resumir los trece principios y las reglas de estudio según las cuales se pueden analizar y deducir las Leyes de la Torá.

Fijó también otras reglas para el entendimiento de la Torá. “Habló la Torá en la lengua de los humanos”. No hay adelanto o atraso en la Torá. De todo tema que se repite, algo nuevo se aprende (Sota 3:1 y otros).

Sobre Rabí Ishmael dijo Rabí Tarfón: “Es un gran sabio y conocedor de las Hagadot” (Moed Katan 28:2).

Rabí Ishmael vivió en Aziz, una aldea al sur de Yehuda. Dos de sus hijos fallecieron, uno tras otro. Los cuatro compañeros vinieron a consolarlo en su dolor: Rabí Tarfón, Rabí Iosi Haglilí, Rabí Eliezer ben Azuria y Rabí Akiva.

En su gran humildad predicó actuar con respeto a toda persona. “Está presto para servir ante un hombre importante y honorable; sé complaciente con la juventud y acoge a todas las personas con alegría” (Avot 3:12). También a los estudiosos de la Torá los juzgaba favorablemente. Se ha enseñado en la escuela de Rabí Ishmael: “Cuando veas a un erudito cometiendo un pecado de noche, no pienses en él de día, porque tal vez haya hecho penitencia” (Berajot 19:1).

Dio honores a sus compañeros y admiraba a sus maestros. En cierta ocasión no respetó una regla que ordenaba, porque estaba seguro de sí mismo, la infringió y reconoció su error. “Una vez —contó— leí a la luz de la vela (era sábado) y quise inclinarla (para ver mejor). Cuán grandes son las palabras de los sabios, que dijeron: ‘no se lee en las noches del sábado, a la luz de la vela”.

Según algunos de nuestros sabios, inclinó Rabí Ishmael la vela y escribió en su cuaderno: “Yo, Ishmael, hijo de Elisha, leí e incliné mi vela en la noche del sábado. Cuando se reconstruya el Sagrado Templo, traeré una ofrenda como expiación” (Tosefta Shabat 1:13).

Gran importancia dio al estudio de la Torá. Cuando le preguntó Eliezer ben Dama, el hijo de su hermana, si podía estudiar filosofía griega después de haber aprendido toda la Torá, Rabí Ismael le contestó diciendo: “El libro de la Torá no debe apartarse de tu boca, lo meditarás día y noche” (Ieoshua 1:8). Y añadió: “Busca el momento en que no es de día, ni de noche, y dedica este lapso de tiempo para estudiar la filosofía griega” (Menajot 99:2). A pesar de eso enseñó a sus alumnos a orar en la época de siembra, y a sembrar y a cosechar, porque la Torá no fue dada a los ángeles (Berajot 35:2).

Grande era su amor por el pueblo de Israel, y gran caridad hacía con ellos. Según la Hagadá, Rabí Ishmael fue como Rabí Akiva, su compañero, uno de los diez mártires inmolados por la santificación del nombre.

 

 

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