Muchachas, Susurro, Mejores Amigos
Fuente: Pixabay.

Rav Shlomo Aviner

Publicado por Majon Meir

Pregunta: A veces, me encuentro sin querer frente a una situación incómoda. Trato de preservar los preceptos de “lashón hará”, la maledicencia, pero en ciertas situaciones sociales siento una enorme revuelta interior contra los reparos y las críticas que las personas expresan. Intento entonces moderar la gravedad de las expresiones, objetar o simplemente cambiar de tema. Empero, no quiero causar daño a nadie ni crear un antagonismo. Quizás deba crear en mi entorno una sociedad de amistades que son conscientes de la importancia de preservar las leyes de la maledicencia, pero temo la separación que esto pueda producir, en particular, si se trata de personas queridas de mi propia familia. Yo aspiro a una conversación en grupo sobre temas profundos e interesantes, pero en cuanto se habla mal de otros, me siento extraña y desconectada. ¿Dónde se encuentra el límite? ¿Cómo es posible estar implicado socialmente y a la vez encerrarse en sus principios, sin perder lo que trato de construir en mi interior?

Respuesta: Esta es una pregunta muy difícil. Estos constituyen los  sufrimientos del amor que se padece cuando uno se encuentra dividido entre dos ideales, entre la voluntad de estar unido al entorno, en particular, con la propia familia, y la voluntad de conservar la pureza del lenguaje.

Estos sufrimientos de por sí purifican al espíritu. Es necesario encontrar el sendero angosto entre ambos mundos, tanto desde el punto de vista práctico como espiritual e interno.

En la práctica, hay que elegir una buena compañía, porque malos amigos debilitan la espiritualidad, tal como escribe Maimónides: La naturaleza del hombre es imitar a sus amigos y conocidos y comportarse según sus acciones y cualidades. Por lo tanto, hay que vincularse con justos y no con malvados que caminan en la oscuridad (Maimónides, Hiljot Deot, 6:1). El Ramjal (Rabí Jaim Luzzato) escribe al respecto: “uno de los elementos que pueden llevar a que la persona deje de cuidarse del pecado y del mal es una mala sociedad. Es cierto que el hombre debe tratar siempre de estar en buena relación con las personas, pero esto con la condición que dichas personas se comporten de un modo apropiado para los seres humanos (Mesilat Yesharim, Capítulo 5). Debemos poner cuidado en particular de la sociedad del “lashón hará”, de las malas lenguas y el chisme, como Maimónides escribió: “…Todos esos tienen malas lenguas. Está prohibido vivir en su proximidad y cuanto menos instalarse entre ellos y prestar atención a sus palabras” (Maimónides, Hiljot Deot, 7:6).

Por lo tanto, en regla general, debes elegir amistades puras. De este modo, no sólo te traerás una bendición divina para ti sino que también irradiarás tu luz en el entorno y tendrás el mérito de haber extendido la bendición sobre el pueblo de Israel.

Pero hay excepciones a la regla. A veces, una persona se encuentra en un lugar en el cual se habla mal de otros y no puede salir del mismo; como por ejemplo, un soldado que se encuentra en una carpa junto a otros soldados. A veces, hay que respetar las obligaciones y las formalidades, por ejemplo, cuando uno se encuentra entre la familia cercana. En dichas situaciones, hay que tratar de andar por un puente estrecho, intentar encontrar un vínculo con la pureza espiritual interna de las personas y con todos sus atributos buenos y apreciados, distanciándose de la corrupción y las habladurías. Estar allí presentes sin estarlo. Participar físicamente, amando y respetando a quienes allí se encuentran, pero también no estar sino en otro mundo, límpido y puro. Tal como el pequeño alumno que se aburre en un curso y sueña que se encuentra en una isla soleada y es feliz.

Aprendemos esta filosofía de vida de Yosef Hatzadik, quien se vio obligado a vivir dentro de mundos impuros. Al principio, como esclavo del ministro de guardias y su malvada mujer; luego en la cárcel entre todos los delincuentes, y finalmente, como vice-rey dentro de la alta sociedad corrupta de Egipto. A pesar de todo, permaneció justo, desde el comienzo hasta el fin sin verse afectado por el entorno.

El Rav Kook explica que Yosef conservó su integridad por dos motivos: en primer lugar, era una persona elevada espiritualmente con grandes aspiraciones, lleno de coraje y vigor espiritual. Por lo tanto, lo que ocurría  en su entorno no le impresionaba. En segundo lugar, estaba espiritualmente concentrado en su mundo interior, y por lo tanto, no podía verse influido por los otros. (Ein Ayá, Brajot, Cap.III, 37).

Evidentemente, no nos encontramos en el nivel espiritual de Yosef Hatzadik, pero tampoco estamos tratando aquí acerca de la posibilidad de encontrarnos dentro de una sociedad deteriorada, sino en situaciones excepcionales. La mayor parte del tiempo nos encontramos dentro de una sociedad sana y pura, y sólo a veces debemos salir de la misma. Nuestros Sabios compararon esta situación con un collar, es decir, una cadena ajustada al cuello, que se ve y no se ve, es decir, se sabe que está, pero la mayor parte del tiempo no se ve y sólo si se hace cierto movimiento se percibe (Eruvin, 54a).

El Rav Kook escribe al respecto que el hombre cuyo espíritu ilumina en su interior, debe poner cuidado de no frecuentar la compañía de personas menos espirituales que él, para que no extingan la luz clara de su espíritu. Obviamente, incluso entonces, él debe amar a todos, respetar a todos, rezar para ellos, pero debe tomar distancia. Entonces, en las ocasiones en las que los encuentre, tendrá una influencia positiva sobre ellos. Y a pesar de que le causará sufrimiento, este sufrimiento lo fortalecerá y elevará” (Orot Hakodesh III, 271).

Por lo tanto, si te encuentras con tu familia, no hay que considerarla con una mirada de superioridad de un justo que mira a pecadores chismosos. Hay que mirar, en cambio, a sus grandes acciones, de las cuales es posible aprender. Será difícil, pero como hemos dicho, la lucha interna purifica al hombre.

Se cuenta que el Rabí Arié Levin caminaba por la calle en Shabat. Frente a él se acercó un hombre con un cigarrillo en la boca. Cuando vio a Rabí Arié, cruzó a la vereda de enfrente. Rabí Arié se dio cuenta de esto y le preguntó: ¿Por qué?, y él le respondió que tenía vergüenza que Rabí Arié lo viera fumando en el día sagrado de Shabat. Le respondió el Rabí Arié con una sonrisa llena de humildad: “Yo soy una persona de pequeña estatura, por lo que no veo a la altura de tu cabeza sino a la altura de tu corazón, y el corazón es completamente puro”.

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